Dijo Jehová: "Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios..." Exodo 3:7-8

 

Cuán necesitado se encuentra hoy el mundo de percibir la cercanía de Dios entre los que sufren. El hambre, la injusticia, la pobreza extrema y humillante, las guerras, la violencia entre las ciudades, las enfermedades, los huérfanos, los niños de la calle, las prostitutas, las familias desintegradas, las gangas o pandillas callejeras; en fin existen entre nosotros miles de hombres y mujeres que sufren a diario y claman al cielo, ¿dónde está Dios?

 

Si tan sólo hubiera suficientes manos dispuestas para hacerles saber que Dios está con quien sufre, que los acompaña y sufre con ellos. El trabajo tiene que comenzar por la solidaridad, por la acogida incondicional, por el amor gratuito, por la ayuda concreta y eficaz. Así comenzó Jesús, curando sus enfermedades y expulsando demonios para que comprendieran palpablemente la Buena Noticia:
¡Dios está con nosotros!

 

Creo que para hablar del sufrimiento es necesario dividirlo en dos tipos, según su origen: el sufrimiento causado por la naturaleza misma, dónde encontramos las enfermedades, los niños que nacen con alguna deficiencia, las tragedias naturales, etc.; y por otro lado, el sufrimiento causado por la injusticia del hombre, es decir por el egoísmo, la avaricia, la inconciencia y la insensibilidad de muchos; entre estos sufrimientos encontramos: la pobreza extrema, el hambre de millones, los actos deshumanizante como lo son la prostitución los niños de la calle asesinados o utilizados para la pornografía, el desempleo "sistemático", etc.

 

La presencia de Dios en ambas situaciones es evidente. El se ha revelado así, a lo largo de la historia humana, la misma historia de salvación. Esto lo constatamos en los diálogos que Dios ha sostenido con el hombre a través de profetas, reyes y su mismo Hijo, Jesucristo. Nuestra fe no nos muestra un Dios ajeno a la historia humana; él sufre con el que sufre y goza con quien ha encontrado la felicidad verdadera; Jesucristo se compadece del enfermo y por eso lo sana, así como también se goza por que su Padre le ha querido revelar su Verdad a los pequeños y humildes.

 

Pero esta presencia de Dios no es igual en ambas situaciones del sufrimiento. Sabemos que la presencia de Dios es también Palabra de Dios; es decir, dónde Dios está, ahí está su Palabra. Así, la Palabra divina tiene mensajes muy distintos para cada una de las situaciones de sufrimiento que enumeramos arriba. En el caso del sufrimiento por la naturaleza misma, Dios está presente para consolar, para dar fortaleza y esperanza, para animar con el consuelo y la Paz que su Espíritu nos da. Así, quien sufre en este sentido, encuentra en la Presencia de Dios la fuerza y la Paz para seguir caminando, asumiendo su sufrimiento como medio de santificación, de oblación, con la conciencia de compartir los sufrimientos que Cristo padeció por nosotros. El que sufre no deja de esperar el milagro que lo saque de esa situación, pero sabiendo que su fe lo lleva a mirar más allá del bienestar físico. La presencia de Dios es óleo que cura la herida más profunda que un sufrimiento puede causar, la desesperación, y llena al hombre con la Luz que conduce por el sendero de la paz y el consuelo.

 

En cambio, la presencia divina en las situaciones de injusticia posee un carácter muy distinto. Su presencia es Palabra de denuncia, es presencia que interpela el corazón del hombre como lo hicieron los profetas (Amós, Oseas, Jeremías) ante las injusticias de los poderosos; su Palabra clama justicia. Quienes sufren por estos motivos pueden encontrar su identidad en el mismo Jesucristo que sufrió la muerte por las injusticias y las envidias de su pueblo; para ellos la presencia de Dios es aliento, esperanza, sostén para iniciar la denuncia de las injusticias. Han de saberse inspirados por el Espíritu Santo para no perder la esperanza, sabiendo que su misma vida es ya un testimonio que denuncia la injusticia y clama justicia silenciosamente, su misma vida es Palabra de Dios que clama un cambio, una conversión.

 

Dios está con nosotros, él fue anunciado así por el profeta Isaías como el Emmanuel, el Dios con nosotros. Es este testimonio el que estamos llamados a llevar a nuestros hermanos. Pero para hacerlo debemos comenzar por experimentar en nuestras vidas tal Presencia.

 

¡Dios les bendiga!

Amén