Era el gran día para María Gómez. Era el día en que habrían de quitarle las vendas. El día en que sus ojos recibirían la luz, después de veinte años de ceguera. El día en que, por primera vez, en tantos años, contemplaría su rostro en un espejo. Había ido de Cuba a Miami, con una visa de treinta días, para operarse de cataratas en una moderna clínica. La operación había sido un éxito. Sus ojos estaban límpidos, claros, sanos. Pero cuando María, de setenta y nueve años de edad, se miró en el espejo, no le gustó lo que vio. «Estoy vieja, fea y arrugada. Mejor me hubiera quedado ciega», observó filosóficamente.
 

He aquí una experiencia notable, en medio de su sencillez provinciana y pueblerina. María Gómez llevaba veinte años de ceguera. En esos veinte años vividos en su Cuba natal, había sufrido mucho. Los temores, los sufrimientos, las penas y privaciones habían impreso su huella en aquel bello rostro. Cuando por fin le quitaron las cataratas y ella vio de nuevo perfectamente, la imagen reflejada en el espejo era una de dolor, angustia, desencanto y miedo. El don estupendo de la visión para ella era motivo de tristeza y sufrimiento.
 

Así será para muchos seres humanos aquel día cuando, frente al Juez eterno en el Juicio Final, les sean quitadas las cataratas mentales y espirituales que velan sus ojos del alma, y se vean tal cual son. Porque por ahora vivimos con un velo espeso puesto sobre los ojos de nuestra alma. No nos damos cuenta de cuán injustos, falsos e imperfectos somos. Nuestro orgullo y vanidad, y el espíritu de autojustificación, nos ciegan. Pero cuando lleguemos al último día de nuestra existencia aquí, que será también el primer día de la interminable eternidad, veremos todas las suciedades, todas las imperfecciones, todas las manchas de nuestro carácter y todas las lacras de nuestra alma.
 

Pongamos hoy, mientras todavía hay tiempo, toda nuestra vida en manos de Cristo.
 

Él puede lavarnos, limpiarnos y purificarnos enteramente con el poder de su sangre, con la fuerza de su Espíritu y con la potencia de su Palabra.

 

¡Dios les bendiga!

Amén