Un grupo de cristianos evangélicos estaba celebrando una reunión al aire en el centro de una plaza pública. Unos cuantos centenares de oyente formaban el auditorio compuesto de adeptos y curiosos entre los cuales había quienes aprobaban lo que se decía y quienes manifestaban su disconformidad.

 

Uno de los del grupo exclamó: "¡Todo es negocio!”. Y un segundo añadió: “Por la plata baila el mono.” Mucho se echaron a reír celebrando la ocurrencia y creyendo que con eso ya deshacían todo lo que el orador afirmaba.

 

Hay en el mundo hombres de sentimientos tan ruines y mezquinos, que no pueden creer que haya personas que defiendan una causa con sinceridad. Como ellos no abrigan ningún sentimiento altruista, se figuran que todos los que defienden un ideal lo hacen buscando algún interés material. Son seres que viven para el estómago, y, por lo tanto, incapaces de apreciar una obra hecha en bien de la sociedad en general.

 

Seguramente no era por negocio que los apóstoles de Cristo dejaban lo que tenían para lanzarse a la conquista espiritual del mundo, ni fue por negocio que los reformadores del siglo XVI rompieron con la tiranía papal, exponiendo su vida y perdiendo sus bienes, para proclamar de nuevo el Evangelio de Cristo que los curas habían ocultado. No ha sido por negocio que la huestes innumerables de mártires sucumbieron en las arenas de los anfiteatros devorados por las fieras, o quemados vivos en los autos de fe de la Inquisición. Felizmente, en el mundo siempre hubo, y hay, seres capaces de abrigar sentimientos nobles y de luchar desinteresadamente en defensa de la verdad y de la justicia.