Era la pena del pastor. En vano le hablaba con amor para ayudarlo a ser más fiel a los cultos. Pero todo parecía en vano. Un día, al visitarlo, lo halló sentado ante el fuego del hogar, calentándose. El pastor, después de saludarlo, se sentó junto a él; y tomando las tenazas se dedicó a tomar todas las ascuas de la hoguera para ponerlas todas separadas unas de otras. El miembro de la iglesia dejó que el pastor hiciera eso y no le dijo nada.

 

El pastor preguntó:

— ¿Qué les sucederá ahora, separadas como están?

— Se apagarán, — contestó el miembro.

 

Siguió un momento de silencio.

Al fin el hombre habló:

— Soy una de estas ascuas, ¿verdad, pastor?

— Exactamente — respondió el pastor.

 

Entonces aquel hermano dijo:

—Vamos a orar a Dios, pastor, para que no lo sea más desde este día. Y desde aquel día este miembro negligente se mostró más fiel a su pastor, a su iglesia, y a su Señor.