Cuando una anciana salía de la iglesia, una amiga la encontró y le preguntó:

— ¿Ya terminó el sermón?

— No — respondió la anciana—, ya lo predicaron, pero no se ha terminado. Ahora voy a hacer mi parte del sermón, a vivirlo.

Cuando una congregación, por pequeña que sea reacciona de manera tal por causa de los sermones de su pastor, el beneficio es incalculable.