Un cristiano de la península de Corea visitó a uno de los misioneros que allí estaban, y le dijo que había aprendido el Sermón del Monte y deseaba repetirlo delante de él. Enseguida aquel cristiano repitió, palabra por palabra, sin que le faltara una sola, los tres capítulos que componen el mencionado sermón. Cuando terminó, el misionero dijo a ese cristiano que era necesario poner por obra las enseñanzas del sermón; a lo que aquel creyente replicó: “Así lo aprendí: Procuraba yo aprenderlo, todo de una vez, y las palabras se me iban. Entonces aprendí de memoria un versículo, salí en busca de alguno de mis vecinos y en él practique las enseñanzas de ese versículo; y se me quedaron bien las palabras. Entonces procuré aprender de esa manera todo el sermón, y así lo aprendí.”