Cierta mujer fue a ver un fotógrafo para que la retratara. La señora se había arreglado lo mejor que había podido y la fotografía salió buena. Pero el fotógrafo se dijo “Tengo que retocar estos retratos porque si los dejo como están, esa señora no quedará contenta.” En efecto, cuando ella regresó a ver al fotógrafo para reconocer los retratos, quedó muy satisfecha: creyó que era más bonita de lo que en realidad era. Primero se engañó a sí misma; después se dejó engañar por el fotógrafo. Así son los hombres con respecto a su retrato moral y espiritual: les place la adulación, la lisonja, y se dejan engañar con gusto. Dios en su Palabra dice que están destituidos de su gloria por la horrenda fealdad del pecado, y los insta a buscar la salvación de sus almas.