Miguelito estaba sucio. Las manos negras, el cuello café oscuro y la cara mugrosa. Pero sus brillantes ojos azules se llenaron de lágrimas cuando su profesora lo regañó por estar tan sucio. Lo mandó a lavarse y al regresar se dio cuenta de que estaba llorando a grito abierto, avergonzado y humillado. Inclinándose hacia él, le dijo afablemente: "Niño, deja de llorar. Tú sabes que no podía dejarte regresar a casa tan sucio. Porque ni siquiera tu mamá te reconocería". “Ah si, por supuesto que ella sí me reconocería", sollozó  el niño. "Ella vería mi abriguito verde y con seguridad que me dejaría entrar".

 

Siempre puedes estar seguro de que Dios te reconocerá. Él nunca deja de quererte a pesar de las muchas veces que tú te vuelvas contra Él. Escóndete, huye, retrocede, desespérate, cambia tu identidad. Él siempre te buscará y volverá a tu corazón, tan pronto como vea el menor indicio de que quieres que Él esté allí.